He recogido esta semana un montón de piñas para encender los
fuegos del invierno y me han dado ganas de liarme a piñazos con todo el mundo.
Con los políticos, con los cargos electos, con los asalariados, con los
autónomos, con los indignados, con los abogados, con los anestesistas, con los
empleados de banca rescatada, con los mecánicos de servicio oficial, con los chinos de
bazar, con las modelos del vogue y con los buenos ciudadanos, especialmente.
Pim, pam, piña va, piña viene.
A piñazos se sale en el telediario. Acariciando no. Hablando
se aburre a las ovejas y a piñazos te ríes un rato. Violencia indiscriminada,
desparpajo dialogante. Pim, pam. ¿No estás de acuerdo? Piñazo. ¿Te pones en mi
camino? Piñazo. ¿Estás estresado? Piñazo. Ya verás cómo lloras por algo.
Hoy día a base de piñazos puedes labrarte un futuro. Somos
tantos y tan tontos que no hay manera de hacerse entender si no es a piñazos.
Yo era de los antiviolentos, pero visto cómo va la cosa voy a seguir recogiendo
piñas a mansalva por si acaso tengo algún problema.
El Estado reconocerá mi trabajo y la sociedad estará más
tranquila. Contra las dudas, piñazos. Así de natural.
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