sábado, 10 de noviembre de 2012
Alegrías conscientes
Un 30 de diciembre nos fuimos Joe, Borja y yo a celebrar en la Puerta del Sol la nochevieja anticipada. Escuchamos las campanadas entre la muchedumbre y comulgamos con bayas de goji a modo de uvas. Esta foto es de entonces. Luego fuimos a celebrar un poco a un garito que había en los bajos del edificio donde trabajé de adolescente: el templo del gato.
Éramos gatos. Ahora recuerdo cuando años antes me encontré en ese mismo sitio a Almodóvar pillando coca y charlamos un momento mientras llegaba el camello. Nos conocíamos de cuando estrenó su primera película y él me presentó actrices para mi primer cortometraje. Era un gato puro, rápido y brillante. Nunca perdía la compostura; ni la buena postura, como los gatos, tan elegantes.
Con Joe me sigo viendo. Con Almodóvar no. Con Joe encontré un tipo fiel que siempre tiene sonrisas para dar y abrazos para espachurrar. Es muy grande. Le saco algunos años y es como mi hermano pequeño. Tan brioso, tan rápido, tan gato con fidelidad perruna. Tan listo y tan humilde.
Y tan útil. Es de los pocos que me escucha con atención. También porque yo le hablo con atención. Siempre acompañado de su mujer, Eva, hermosa e intuitiva como pocas mujeres de las muchas que he conocido, en su casa hacen cosas bonitas y exploran nuevas maneras de sorprender a la vista, al oído. Tengo mucha suerte pudiendo acceder a su cueva, pudiendo dejarme allí cosas olvidadas para volver a recogerlas más adelante.
Joe me da alegría, una alegría consciente que me sirve para mucho más que simplemente sonreír. Me sirve para todo, para freír unos torreznos y para planear risas. Para tirar p'alante.
Gracias, Joe, gato del distrito 15.
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